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A ver si me da tiempo a contaros un truco que me ha salvado la vida en multitud de ocasiones, el llevar tickets en el monedero. Esto es algo que he aprendido con el paso de los años, a raíz de meterme en problemas con mala solución.

En mi adolescencia me eché yo una novia que vivía en la quinta puñeta, a la que iba a ver los fines de semana en autobús. Tenía que caminar 15 minutos hasta la parada y luego 40 en el bus hasta el destino.

Un día, mientras iba hacia la parada me dio un retortijon, no le hice mucho caso pensando en que podía acercarme al baño de la parada.

Ese retortijon se empezó a multiplicar hasta convertirse en un apretoncillo, tuve que ralentizar el paso porque debía ir calculando cada movimiento de cadera por el miedo a que aquello saliera solo.

Llegué a la parada con retraso, el bus a punto de irse y no venían más hasta pasado hora y media. Aligeré un poco de gas y calculé que me podía aguantar a descargar en el destino.

Obviamente estaba equivocado, en cuanto el autobús cerró puertas, mi tripa empezó a rugir. El vehículo avanzaba y a cada bache creía que me lo hacía encima, pero con mucha concentración parece que podía aguantar.

Llevábamos quince minutos de trayecto y me veía victorioso, el dolor iba y venía pero lo aguantaba como un machote. Cinco minutos después comenzaron los sudores, creo que me subió la fiebre, empecé a marearme y vino todo de golpe.

Llegué a temer que iba a cagarme allí mismo. Me debatia entre aflojar allí o bajarme en la siguiente parada, opté lo segundo.

Me levanté, toqué el timbre, y se frenó en el acto, brutal la suerte que tuve. Recé para poder bajarme de allí sin pasar vergüenza. Al salir, me encontré un desierto y un único edificio en mitad de la nada, con un bar.

Amorfozodo

Para ir al baño del bar tenía que cruzar una carretera de dos carriles y un parking. Imposible, pensé, tiré dirección a la nada buscando algo de refugio para que no me vieran los coches.

Pude dar doce pasos, aún me acuerdo, bajé los pantalones al tiempo que salía un chorro marrón verdoso con la fuerza de una manguera a presión.

El alivio fue genial, crisis superada ¿Y ahora qué, con que me limpio yo en un desierto? Tuve que hacerlo con piedras y llamar a mi madre para que me viniera a buscar.

Así fue como aprendí a guardarme siempre los billetes de autobús, nunca se sabe cuándo una tragedia así puede repetirse.